El «deja vù» de la inmigración: los «gallegos» vuelven a Argentina
El paisaje que describe el corresponsal del diario argentino "Clarín” al asomarse a las calles de Madrid no puede ser más sombrío: “La crisis se arrastra y las esperanzas de una mejora que genere puestos de trabajo se debilitan. Cada vez hay más comercios que no aguantan y cierran, taxistas que trabajan hasta 14 horas al día porque los clientes escasean. Muchos restaurantes son un páramo, salvo los que frecuentan los ricos”.
Con este panorama, no es de extrañar que a este diario y al resto de medios de Argentina no les haya costado mucho esfuerzo encontrar a españoles como Xavier, Bárbara o Iago, jóvenes licenciados que han emigrado a Argentina en busca de oportunidades; “gallegos” emigrantes, en fin, como lo fueron sus abuelos, agarrados ahora a un portátil en lugar de a una maleta de cuero.
El fenómeno puede parecer una exageración, pero no lo es. Y tiene una base estadística irrefutable. Según un estudio de la Fundación Adecco publicado por la prensa argentina, de los 110.000 españoles que han agarrado la maleta por la crisis, 33.543 lo hicieron con destino a Argentina en busca de una oportunidad.
Esto supone una media de 1.200 al mes (40 al día, si prefieren) en una suerte de “deja vù”histórico que evoca a aquellos tiempos de barcos atracados en el puerto, haciendas inmensas tierra adentro y cine en blanco y negro en los que los españoles emigraban al granero del mundo. Argentina no es hoy en día lo que era. Tampoco lo es España.
Entre estos nuevos emigrantes hay de todo, es cierto. Hay muchos hispano-argentinos con doble nacionalidad que huyeron del “corralito” hace nueve años, y que ahora regresan espantados por las interminables listas del paro. Y también estudiantes que prefieren terminar sus estudios en una universidad de Buenos Aires antes que darse de bruces con un mercado laboral donde, de momento, no cabe un alfiler.
Xavier Casas, arquitecto de Barcelona de esposa argentina, es un ejemplo: “En España se dejó de construir de golpe. Ahora aquí estamos bien”, relata. También Bárbara Álvarez, 35 años, desempleada: “¿Por qué me vine? Porque necesitaba trabajar y acá estoy”. O Iago Lestegás, gallego-gallego, 23 años. “Cuando comencé a estudiar, en 2005, mis maestros me decían que antes de recibirnos nos vendrían a buscar para trabajar. En 2009, estando por graduarme, los mismos profesores nos decían que había que buscar en otro lado porque la cosa estaba muy fea”, explica en las páginas de “Clarín”.
Camino de ida y vuelta
“El español que arribó a nuestro país entre 1860 y 1900, venía dispuesto a quemar naves. Para él la prosperidad estaba en la Argentina –explica el historiador Daniel Balmaceda a este diario–, pero en aquellos casos no había retorno posible a la Patria. Ahora quizás sea diferente”.
Este último éxodo, muy modesto, desde luego, comparado con los anteriores, no es más que la última paradoja de una historia de emigrantes que ha unido a los dos países a golpes de oleaje entre las dos orillas. De España a Argentina, primero, con barcos cargados de jornaleros durante el siglo XIX, repletos de familias hambrientas a principios del siglo XX y atestados de republicanos, de todo oficio y condición, tras la Guerra Civil.
Esas mismas olas, pero a la inversa, trajeron después a miles de argentinos a España huyendo de la dictadura política a finales de los 70, del despropósito económico en los 80 y del “corralito” que a tantos arruinó a principios del siglo XXI. La historia, por suerte, aún no ha terminado.